lunes, 12 de marzo de 2012

"Pasión de Cristo y pasión del mundo" Artículo de Don José Fernández Lago, Relacionado con la conferencia del Lunes...

TRIBUNA LIBRE

Pasión de Cristo y pasión del mundo

10.04.2009


JOSÉ FERNÁNDEZ LAGO CANÓNIGO LECTORAL

Es verdad que el mundo sufre. Apenas te familiarizas con una situación, ésta cambia. Cuando estás contento por la evolución de tu vida, ya no estás en condiciones de hacer lo que hacías, al volverte un poco más viejo, y, si te funciona la cabeza, no te responden las piernas. En nuestra sociedad se silencia la muerte, siendo una realidad indefectible. Si te toca morir de joven, apenas has podido disfrutar de la vida; y si vives largos años, has tenido que sufrir la desaparición de tus amigos. Nadie se salva de la muerte. La Iglesia nos recuerda que Dios nos llama al más allá, y que todos hemos venido al mundo "para servir a Dios en esta vida y después gozarle en la eterna".

Jesús murió cuando era joven. Pero ni siquiera murió en cama. Fue condenado a muerte. Aparte de haberlo sentenciado injustamente, sufrió discriminación respecto de los ciudadanos romanos. Al no gozar de esa prerrogativa, fue crucificado, teniendo que soportar de ese modo la muerte más cruel. Un agravante se añadía además: había sido previamente condenado por blasfemia, según el juicio de los que para su pueblo eran los representantes de Dios en la tierra. Aunque su cuerpo se resentía y rechazaba por ello "su suerte", él no profirió una queja, de modo que le dijo a su Padre: No se haga mi voluntad sino la tuya. De ese modo, siendo experimentado en el sufrimiento, podía confortar a lo largo de los siglos a todo el que sufre. Hoy, quizás Jesús muriera torturado, de suerte que consiguiera ofrecer una palabra de aliento a quien sufre y muere injustamente, a manos de sus agresores. El caso es que Jesús muere sufriendo y perdonando a los que le matan.

Antes de expirar, Jesús instituye y nos deja la posibilidad de ofrecer al Padre de modo sacramental, el sacrificio de su vida. Al celebrar la Santa Misa, ofrecemos al Padre la entrega sacrificial de Jesucristo, el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Él es nuestro Redentor, que no realiza su salvación ofreciendo algo ajeno, sino derramando su propia sangre. Por ello hemos de orientar el camino de nuestra vida, hacia una vida sin fin que él nos quiere dar.

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